El armario donde acababa de encerrar a su muñeca era herencia familiar. Perteneció a su abuela, y antes a su bisabuela y así había pasado de madres a hijas. Un armario de caoba, de puertas labradas y patas torneadas, para guardar el ajuar. Ropa bordada en largas tardes de invierno al abrigo de un brasero y una mesa camilla. Con caligrafía inglesa, ribeteaba decenas de veces dos iniciales. La D y la R. Desidia y Resignación, Dolor y Rencor. Y allí, entre toallas y sábanas, junto a bolitas de naftalina y ramitas de lavanda, escondía a su muñeca hasta la hora de acostarse. Entonces la rescataba, la abrazaba y lloraba.
PRE CIO SO
ResponderEliminarGracias, Amparo :*
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